Historia

En 1982, siendo un estudiante universitario en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile en Valparaíso, fui invitado por el entonces estudiante de servicio social Roberto Parra V para iniciar algún trabajo de apoyo a jóvenes drogadictos que estaban llegando a la Iglesia Bautista de Nueva Aurora en Viña del Mar. A Roberto Parra lo había conocido en el Hogar del Grupo Bíblico Universitario (GBU), ubicado en la casa pastoral de la Iglesia Anglicana del Cerro Concepción. Entonces eran clásicas las conversaciones en torno a qué significaba ser cristiano en el contexto que vivíamos. Esto se producía en el Hogar Universitario, en estudio bíblico en las aulas y en los campamentos del GBU, con jóvenes de diversas denominaciones, carreras universitarias y de diferentes ciudades de Chile. Samuel Escobar Aguirre, Pedro Arana Quiroz, René Padilla, John Stott, todos ellos líderes de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos fueron mis maestros de entonces.
Creamos, con el empuje de Roberto Parra, la experiencia de vida de Gerardo Vásquez y el apoyo pastoral del misionero Guillermo (James) Geiger, la Comunidad Terapéutica Hogar la Roca el 5 de diciembre de 1982. Un grupo de personas estuvo orando, estudiando y planificando previamente lo que se debía hacer, lo llamábamos Comité la Roca. Recuerdo que conversábamos largamente en casa de Gillermo Geiger, era una experiencia nueva para todos, y en esa fecha preocuparse por los adictos no era bien visto en el campo religioso ni en el profesional. Había la sensación que era muy poco lo que se podía hacer con los drogadictos. La “hermana Mary”, como cariñosamente llamábamos a la esposa de Guillermo Geiger, preparaba siempre algo especial para “la once”, lo que daba un toque familiar a esta aventura que estábamos iniciando. Este Comité posteriormente dio forma a un Directorio el 29 de diciembre de 1988, cuando se formó la Corporación Comunidad la Roca, como un organismo privado sin fines de lucro. Estaba conformada por: Roberto Parra Vallete, asistente social; María Luz Roa Zambra, educadora de párvulos; Roberto Espínola Zúñiga, comerciante; Carlos Vallejos Escobari, contador; Gerardo Vásquez Palomino, empleado; Lea Cortés Vega, profesora de inglés; Juan E. Vargas Roa, médico; María Montaner Vásquez, secretaria; Solange Hauck Folatre, arquitecto; César Araujo Vergara, arquitecto; James W. Geiger Kirby, misionero; Gaby Aravena Castro, profesora diferencial; Juana Ríos Meza, abogado. En este grupo estaban representadas diversas denominaciones evangélicas. Nuestra intención no era la exclusión de un grupo cristiano en el trabajo, sino configurar en el Directorio una identidad propia de acuerdo a nuestras raices evángélicas.
Nuestro objetivo en la Comunidad Terapéutica siempre ha sido lograr una rehabilitación integral, con un énfasis particular en la parte pastoral, dando a todo joven la oportunidad que pueda llegar a conocer a Jesucristo como Salvador y Señor de su vida, de modo que pueda cimentarse sobre la Roca que es Dios. Vislumbrábamos que podía ser un factor de cambio sustancial en la vida de los jóvenes, darles la oportunidad para que pudiesen vivir en un Hogar, por un período de seis meses, donde experimentaran el respeto a la autoridad, ser aceptados como son, mostrar sus capacidades y sus faltas, sus esperanzas y temores, poder vivir con jóvenes como ellos aprendiendo a aceptarlos en el vivir diario, construyendo una comunidad saludable, para reintegrarse con bases sólidas posteriormente a la sociedad.
Mauricio Gougain, uno de nuestros psicólogos, hace algunos años atrás decía “A diferencia de otras modalidades terapéuticas, en la Comunidad Terapéutica (Hogar la Roca) se produce un proceso de reconocimiento mutuo entre los jóvenes en cuanto a su problema, a su demanda, a su situación de marginalidad y a sus expectativas de participación e inclusión social. En este contexto el joven drogodependiente percibe que pertenece a un grupo que comparte en esencia un sentimiento de reparación con su historia personal. Comenzar a participar de la comunidad implica retomar el carácter histórico de su existencia y el reconocer tal carácter en la existencia de otros”. Nunca quisimos transformarnos en una Iglesia, una tentación que muchas comunidades han tenido, tampoco quisimos transformarnos en una clínica privada o un espacio profesional celoso de su conocimiento. Siempre pensamos que la integración de la ciencia y la fe, lo psicosocial y lo pastoral, la teoría y la praxis, los diferentes trasfondos culturales, educacionales y sociales de quienes trabajábamos allí enriquecía el quehacer. Un fuerte sentimiento y convencimiento de la protección de Dios ha estado presente en la ayuda constante que ha provisto para financiar un proyecto social/pastoral como éste. La dimensión de testimonio ha estado presente desde un principio tanto en el contexto académico y profesional como en diversas iglesias cristianas y organismos sociales, con múltiples oportunidades para compartir lo que Dios ha estado haciendo en nuestro medio. No han faltado errores y faltas que hemos debido enmendar en el camino, como también aprender a flexibilizar estrategias de trabajo conforme al paso del tiempo.